Esta semana, en las clases de Pilates, ha surgido una reflexión, un “darse cuenta” de esos que pueden ayudar a entender mejor qué es lo que hacemos, también el cómo y el para qué.
En los principios del método Pilates aparece el control central, el control desde el abdomen de todos los movimientos del cuerpo. Esto, de primeras, se traduce en mantener cierto nivel de esfuerzo en dicha zona. Ese esfuerzo puede ser provocado o reflejo, es decir, podemos “meter abdomen” y mantener ese gesto mientras hacemos el ejercicio o podemos confiar en que esa activación ocurrirá por si misma gracias a la propia mecánica del cuerpo y del sistema nervioso.
Lo que voy a contar a continuación es una idea a medio camino entre las dos anteriores, una especie de imagen que puede ayudarnos a entender y a practicar esa activación abdominal tan buscada y valorada en el método Pilates.
Nos ponemos en situación: estamos tumbados de lado realizando ejercicios del tipo “patada lateral”, “elevación de piernas”, “bicicleta” y similares. Lo más habitual es que los alumnos busquen un movimiento amplio a toda costa, sin tener en cuenta la alineación de la columna ni ninguna otra consideración técnica: “hay que mover la pierna y yo muevo la pierna, y lo doy todo porque eso es lo que hay que hacer, debo esforzarme para sacar beneficio”. Y entonces entra en escena el profe: “no tanto, controla el abdomen, mantén la columna alineada, controla el movimiento pero hazlo fluido, y no te olvides de respirar!!”. El desastre está servido… ¿Cómo podemos entender mejor todo esto? ¿Cómo podemos hacer una buena práctica integrando los principios del método sin volvernos locos intentando hacer mil cosas a la vez? Este es el tema de este escrito
Imaginemos el ejercicio que estamos haciendo como si fuera una conversación, en la que no solo se trata de hablar, que sería el equivalente a hacer, sino que también hay que escuchar, que sería el equivalente a sentir. En esta ocasión, la parte de escuchar puede ser el equilibrio que mantenemos en el costado sobre el que estamos tumbados. No es un equilibrio delicado, como ponerse a la pata coja, pero todos pueden sentir si hay balanceo del cuerpo o no lo hay mientras hacen movimientos con la pierna. También, para la mayoría de la gente, creo que sea más fácil de sentir esto que la alineación de la columna vertebral u otros detalles más técnicos. Así, el alumno encuentra una referencia fácil de percibir que hace de guía para mantener ese anhelado control.
“Haz el movimiento sin perder ese equilibrio, sin que haya un balanceo”…”Habla, pero no dejes de escuchar”. El practicante puede escuchar esa referencia, ese equilibrio, comienza a integrarla en el ejercicio… ¡Y entonces ocurre la magia! El movimiento se vuelve más lento, más controlado, muchísimo más consciente, la concentración y la atención afloran por sí mismas, y ya, si afinamos un poco más la sensibilidad, nos percatamos de que se está produciendo la activación del famoso transverso abdominal y tantos otros músculos que están detrás del método Pilates. El sistema nervioso trabajando, gestionando información que va (la acción) y también información que viene (la sensación).
El uso de imágenes es bien conocido en Pilates para explicar la realización de ciertos movimientos. En este caso, la imagen o símil entre el ejercicio y una conversación no pretende explicar el ejercicio sino la manera de realizarlo, conectar con los principios y filosofía del método. Y quizás, apuntando muy alto, incluso encontrar un sentido más profundo a lo que ocurre en las clases. Ciertamente no estoy contando nada que no aparezca en los libros. Simplemente comparto esta metáfora de “hablar y escuchar” como medio para explicar las cosas en las que pienso como profesor y que a veces me cuesta explicar. Y esta, además, me parece especialmente hermosa, porque propone que el ingrediente secreto de un buen hacer está en sentir, tanto como la clave de un diálogo productivo está en escuchar.